Siendo yo pequeñita me
contaron que mi padre Santiago Morillo de soltero puso una peluquería al lado
de la casa de Antoliano. En ella había un espejo grande que se lo regaló su tía
Pilar de Cabeza del Buey con su sillón y todo lo necesario para cortar el pelo
y afeitar. Dicha peluquería funcionó unos cuantos años hasta que mi padre tuvo
que cerrarla porque entró de Alguacil Municipal en el Ayuntamiento de
Benquerencia.
Por aquellos años se
enamoró de mi madre Francisca o Kika de Félix como se la conocía en el pueblo.
Estuvieron unos años novios hasta que se casaron y se fueron a vivir a la casa
del abuelo que estaba en la calle Roda 40.
Allí nació su primer hijo al que pusieron de nombre Jaime. Pero, por
desgracia, mi hermanito enfermó muy pronto y mi madre tenía que ir cada día a
Castuera para que le pincharán. Le estaban tratando de una enfermedad y tenía
todo lo contrario. A veces le dejaban un burro para que pudieran realizar el
trayecto con más comodidad. Si no había burro pues un pie detrás del otro. Así
hasta que un día el niño murió con apenas 14 meses.
Mi madre no tuvo más remedio que reponerse del
disgusto y al poco tiempo quedo
embarazada pero a los 7 meses le dio un
cólico nefrítico. La tuvieron que llevar a Badajoz donde debieron de tratarla con
Buscapina o algo similar para aliviarle el dolor, pienso yo. El caso es que
abortó y se perdió la niña que venía de
camino. Así que mi madre tuvo unos inicios fatales en sus deseos de formar su
propia familia.
Fue pasando el tiempo y,
por fin, nació mi hermano Jaime estando mis padres viviendo en la casa de los
abuelos. Posteriormente nací yo en el
mismo domicilio.
La casa de la Roda era
muy pequeña y además de los abuelos también vivía allí mi tía. Mi padre empezó
a buscar una casa en el pueblo que fuese más grande y confortable pero no hubo
manera de encontrarla. Todas estaban ocupadas y en muchas de ellas vivían bajo
el mismo techo, abuelos, matrimonio, hijos y nietos.
¡¡Lo mismo que ahora!!
Como en el pueblo no pudo ser mi padre compró
la casa del Pozo Luis que en principio
era una sola vivienda pero la dividieron en dos.
Nosotras le pusimos “Villa Rorro” pero mi
padre la bautizó con el nombre de “El Cortijo del Hambre” porque cuando iban
los cazadores era donde únicamente comían cuando se hacía un descanso en las
batidas de caza.Nos trasladamos al nuevo domicilio y allí nació mi hermana
Francisca. A los dos años vino mi hermano Santi cuyo nacimiento lo tengo grabado como si fuera una película.
La casa era solamente una planta con una habitación en la que había dos camas
de matrimonio. Fuera había un trozo de patio y una pequeña cocina que había
hecho mi padre con adobes. En una de las camas dormían mis padres y en la otra
los tres hermanos. Incluso cuando venía mi abuela Sales se acostaba en nuestra cama, dos mirando para un lado y los
otros dos para el otro.
La noche del parto fue
una aventura para mí. Mi padre subió al pueblo para buscar a la Reyes, la
partera, era de noche y yo me quedé dormida. Al rato me desperté y veo que mi madre se tira de bruces de la
cama al suelo. Yo no comprendía nada. Posteriormente deduje que fue a
consecuencia de los dolores del parto. Mi abuela la ayudó a meterse de nuevo en
la cama y yo volví a quedarme dormida. Cuando me desperté ya estaba allí mi padre con la Reyes y entre
las piernas le tenían puesta una palangana en la que se veía sangre. Me di la
vuelta y me dormí de nuevo. Cuando me desperté vi a mi abuela que tenía un envuelto
blanco del que me empezó a enseñar un piececito y luego me sigue enseñando el
resto de mi hermano. Como anécdota recuerdo que la Reyes le cortó el cordón
umbilical a mi hermano y lo dejó encima de la pata de un baúl que había al lado
de la cama. En un descuido entró el gato y lo cogió a toda prisa para dar buena
cuenta de él ante la sorpresa de los presentes y las risotadas mías. Estos
recuerdos los tengo presentes como si hubieran sucedido ahora mismo.
No teníamos juguetes.
Los niños jugaban por ahí con sus chapas
y piedras por las eras y caminos pero mi hermana y yo no teníamos nada. Como
nuestro patio estaba lleno de rosales cogíamos las espinas más grandes y
enganchándolas unas con otras pasábamos horas y horas haciendo diferentes
figuras. A las habas les poníamos patitas de palo y nos parecía que cobraban
vida.
¡¡Pero que felices
éramos!!.
Por las noches de
primavera y verano recuerdo el olor a los alhelíes de mi patio. Mi padre
colgaba el farol de petróleo pintado de verde que a mí me parecía que era un
guardia civil.
Francisca(hija), Santiago, Jaime,María Jesús, Francisca y Santiaguín
Estaban todos los
segadores: Los rosos Antonio y Manuel que nos íbamos con ellos y les
acompañábamos en la era. Arriba estaba Pepe el Militar. Por la parte de atrás el Moro Juan. ¡¡Cuántas veces nos subimos y
nos columpiamos en su trillo!!. Jugábamos en la paja hasta que el cansancio nos
rendía. ¡¡Aquello era vivir!!La Margarita de Algaba vivía en la casa pegada a
la nuestra. Como la nuestra estaba pintada de blanco decía que la suya era más
pequeña. Cuando había algún problema de huesos la buena señora te curaba. Un
día mi hermano Jaime se cayó y se le salió un hueso no recuerdo si del codo o
de la muñeca. Mi madre lo estuvo lavando un poco porque venía de jugar y estaba
todo lleno de polvo. Lo llevó a casa de la Margarita y yo quería ver lo que le
hacía pero mi madre me dijo: “No, tú quédate aquí y recoge la palangana”. Yo
por correr me tropecé en el patio, me
caí de bruces y me partí la ceja.
Al día siguiente
aparecimos mi hermano con el brazo en cabestrillo y yo con la cabeza vendada.
Recuerdo la cara que pusieron mi padre y Antonio María, que estaban allí
haciendo carbón, cuando aparecimos los dos lisiados.
Lavativa estaba en la
parte de abajo, la Pepa, Manolo y la Justa.
Todos los años íbamos a
la matanza de mi tío Gori que estaba en el Toril del Cardo. Nos acostábamos en
el pajar todos nosotros más la Enriqueta, Alberto y la María. También estaba
por allí una familia de Cabeza del Buey
que tenía una hija que se llamaba Saturia
y su padre Gregorio. Al lado
estaba Calixto en la casa del Toril; recuerdo que había un patio muy grande y
unos enormes chozos. A la vuelta mi padre quiso aprovechar el viaje y colocó en
la burra dos haces de leña y a mi hermana y a mí nos puso en el medio. Al llegar al
Pozo Luis la burra se resbaló en unas piedras que estaban sueltas y la
Francisca y la María Jesús se fueron al suelo junto con la leña. Mi madre que
nos oyó llorar desde la casa de Lavativa se presentó corriendo junto con la
Manuela y nos recogieron. Cuando llegamos a casa le dice mi madre a la Manuela:
–Dale a las niñas un poco de agua.
-Pero si yo no quiero
agua, contesté yo.
-No, si no es para la
sed, es para que se os pase el susto- respondió mi madre.
Otro episodio que
recuerdo como si hubiera sucedido hoy fue una noche que a mi madre le picó un
alacrán. Mi padre había estado en la Serena con tu tío Víctor, el alcalde, y se
ve que entre la manta que trajo venía el dichoso animalito. Mi madre se puso de
rodillas en la cama para arropar a mi hermana y yo, que estaba por allí, le
quité los zapatos, supongo que para que no manchara la sábana. Al poner los pies
descalzos en el suelo le picó. Mi madre comenzó a dar gritos de dolor y le
decía a mi padre que machacara unos ajos para hacer un emplasto y colocarlo en
la picadura. Los gritos no cesaban y al final decidieron subir al pueblo para
que la atendiera Eduardito. Por fortuna era una noche de luna llena y mi madre
no corría, volaba por el camino hasta llegar a la casa del practicante que le
puso una inyección y los nervios se le calmaron. Cuando llegamos a la casa de
mi abuela me volvieron a dar otro vaso de agua para lo mismo.
Nosotros veníamos a la escuela
por la mañana bajábamos a la hora de comer. Por la tarde otra vez para arriba y
vuelta a bajar cuando terminaban las clases. Recuerdo que
en el camino de la Roda había una piedra grande y allí nos parábamos los hermanos y yo para preguntarnos mutuamente las lecciones y ver quien se la sabía mejor.
en el camino de la Roda había una piedra grande y allí nos parábamos los hermanos y yo para preguntarnos mutuamente las lecciones y ver quien se la sabía mejor.
Mi padre nos compró a
mi hermana ya mí unos impermeables rojos. ¡¡Con qué ilusión nos los poníamos!!.
Parecíamos dos Caperucitas. Desde el pueblo se nos veía perfectamente cuando
íbamos por el camino.
Yo le cuento a mis
nietos ahora que en aquellos tiempos tenía que hacer un ceda el paso que había al
llegar al molino de Norberto. Sería para que pasaran los mulos porque coches
había pocos.
Mi padre, al ser el
Municipal del pueblo, era el encargado de llevarle al juez de turno los
diversos documentos oficiales para su firma. Normalmente los jueces durante el
día estaban en sus tierras y era por la noche cuando había que llevarles dichos
documentos para que los firmaran. Mi padre subía cada noche y, como era
natural, antes o después de las firmas se quedaba a tomar unos vinitos con sus
amigos en el bar de Bubela o en el de Lavativa.
Una noche una gitana se
puso de parto y su marido fue a avisar a Eduardito para que la atendiera. Le
dijeron que estaba en el Pozo Luis. El buen hombre bajó corriendo y se puso a
aporrear la casa de mi madre pensando que el practicante estaría allí. Pero mi
madre estaba con Eduardito en la casa de Curreles atendiendo a la gitana.
Que golpes no daría que
mi padre los oyó desde el pueblo y bajó escopeteado pensando que a mi madre le
podía pasar algo grave.
Estos acontecimientos
hicieron que mi padre tomase la decisión
de buscar una casa en Benquerencia a pesar de lo felices que éramos en el Pozo Luis.
De mi época en la
escuela recuerdo a doña Toñi que vivía en la Calleja dónde vive ahora la María
Jesús de los Pajaritos. Tenía un pie un
poquito doblado. Luego estuvo también doña Felícita Carrasco Algaravé que vivía
en casa de la Josefa de Frasqueles que
vino de Soria y a doña Trini la mandaron para Burgos. Luego estuvo doña Pepita
de Castuera y doña María. Mis compañeras
de clase eran la María de la Enriqueta, la Agustina de Berrito, la Isabel María
de la María de Boyú que se sentaban en
los primeros bancos porque eran un poco más mayores.
Además estaban la Juani
de la Cuca la que vivía en casa de Manolo Calderón. Recuerdo la lista de la
clase de doña Trini: María Morillo Acedo, Juana Sánchez Acedo, Isabel María
Caballero, María Morillo González, Anastasia Ramos, Agustina Moreno, luego
íbamos nosotras. Estaba yo, la Antoñita, la Pepa de Corruco, la Carmen de la
Juana del Maestropala, mi hermana Francisca, mis primas Angelita y María y
algunas más.
De libros tenemos la enciclopedia Álvarez de primer
y segundo grado y El Faro. En aquellos tiempos escolares éramos muy felices. A la hora del recreo nosotras no teníamos
bocadillos, ni zumos, ni mochila, ni podíamos comprar las galletas de coco en
la tienda de Pizarro y la Modesta. Mi madre nos empapaba una rebanada de pan
con
un poquito de agua y le esparcía por encima una cucharada de polvos de cola-cao. En casa a lo mejor se compraba medio litro de leche y había que repartirla para el desayuno de todos. Esa era nuestra merienda.
un poquito de agua y le esparcía por encima una cucharada de polvos de cola-cao. En casa a lo mejor se compraba medio litro de leche y había que repartirla para el desayuno de todos. Esa era nuestra merienda.
¡¡Y bien rica que nos
estaba!!
Recuerdo que el
Campanero vendía los pizarrines pero nosotras nos los fabricábamos cogiendo
trozos de unas pizarras que había en el
“Lejío” y así nos salían más baratos.
Nuestros juegos
favoritos eran el “Pase misí, pase misá” en el que hacíamos dos filas formando un arco con los
brazos levantados y los demás pasaban
por debajo mientras se cantaba:
Pase misí, pase misá,
por la puerta del
corral,
los de alante corren mucho,
los de atrás se
quedarán.
Entonces se bajaban los
brazos y se atrapaba a una de las parejas participantes que debían acertar con
alguna de las palabras que previamente se habían elegido para el juego.
Otra de nuestras debilidades era la comba. Llevaba
la soga quien tenía en su casa burro. En mi casa como no había pues jugábamos
con las de las amigas. A mis hijas, dando un salto en el tiempo, les hizo mucha
ilusión cuando su padre les trajo un trozo de cuerda de Castuera y les hizo de
nudo en los dos extremos para que no se dehilachara.
¡¡Cómo disfrutaban las
condenadas!!
También jugábamos al truco en las Delicias,
más allá de la casa de la Valentina y, como no “A las prendas”: “Prenda que
salga ¿qué se le manda?”. Nos pasábamos las horas jugando y siendo felices con
lo poco que teníamos si lo comparamos con los tiempos actuales.
Luego para rematar
llegaba San José y ya éramos más mocitas. Yo es que a mí el baile siempre me ha
vuelto loca. Recuerdo cuando venían las tiendas en los carros y lo primero que
hacían era extender las enormes lonas que al elevarlas se convertían en las
típicas tiendas de aquellos años.
En la casa de mis
padres se ponían una tienda a cada lado: La Juana y Benito que eran los padres
de Pedro el de la Peyva de Castuera.
En la puerta de la
Mercedes se ponía una melliza de la Juana que se llama Isabel. En la puerta de
la Gloria se colocaba la Pura, que era hermana de Manolo, el de la ceja
partida. Eran todos de Malpartida. En la puerta de Juanillo se ponía Fernando,
el del “tiro pichón”. En la puerta de Manolo de Eugenio estaban los Condes, los
turroneros con sus exquisitos y, por desgracia desaparecidos, Cortadillos de San José
que sólo hacían para la fiesta del Santo.
También se puso alguna tómbola por la puerta
de Manolo del estanco y, como no, las barcas de Narciso en la Plaza y el “Péndulo”
en la puerta de Galito. También había una ruleta en la puerta de Ñoño cuyo
premio mayor era una peseta de papel que nunca tocaba porque la punta del premio estaba más retrasada que las otras
y la carta ni la rozaba para pararse.
Salíamos de misa a las
12 y en cuanto pasaba la procesión ya estaban los músicos tocando en los dos
bailes. Encima de la casa de la Micaela
y en el bar de la Churrera que
por aquella época lo tenía Lavativa. Nos
llevábamos todos los días bailando y todas las noches hasta que se acababa. Cuando
los músicos descansaban a mediodía nosotros lo seguíamos hasta que volvían otra
vez al baile. Acabábamos con los pies hinchados. Teníamos que quitarnos los
zapatos con nuestros primeros tacones y
ponerlos en la pared para que los pies pudiesen descansar un poco.
¡¡ Qué años tan bonitos!!
Casi todas nos comprábamos la típica pelota de goma pero
yo todo el dinero que me daban me lo gastaba en pendientes y en hacerme fotos. He sido poco dulcera y si daba para un poco más me compraba algún
anillo que lucía con la misma ilusión que si fuese de perlas y diamantes.
Empezábamos con los
primeros escarceos con los chavales. Siempre se bailaba más con unos que con otros, según las
preferencias.
Recuerdo que en el
verano, cuando venía tu tía Felisa y tu
tío Manuel, el Abogao, paseaba con Pepín por lo de Tarrán y la calle Arriba
hasta llegar a la Polaca pero mi madre no me dejaba.
Por aquel entonces mi
marido estaba Madrid. Vino una vez y a mí
me mandó doña Trini a casa de mi suegra para que la abuela Sagrario me
echara lumbre para el brasero. Allí estaban también su hermana Isidora y su
hermano Antonio. Fue en aquella época cuando comencé a fijarme en él. Lo veía cuando pasaba y a mí aquella cara me empezó a gustar.
Francisco estaba en el
grupo de los mayores y un día no sé qué sucedió con la Magdalena de Antonio
María el caso es que dijo algo y mi
marido se enfadó. Yo estaba con mis amigas la Carmen de la Juana de Maestropala,
la Sampedra del Canario, la Pepa de la Rosa Corruco, la Antoñita, la Emilia del
Sardinero, la Orencia y algunas más.
Empezamos con el tonteo pero él se fue a
Madrid pero empezamos a escribirnos. Venían las cartas a casa pero mi madre las
escondía porque no le gustaba para mí. Me acuerdo que muchas veces la Amparo de
la estanquera, que Dios la tenga en la Gloria, cuando pasaba el cartero me
guardaba en su casa las cartas y me las daba más tarde a mí para evitar que mi
madre las cogiese. Luego Francisco se vino de Madrid y mi madre, erre que erre,
seguía en sus trece. Pero los efectos eran los contrarios; mientras más me lo
prohibía a mí más ganas me entraban de estar con él.
Estábamos todos
cogiendo aceitunas en el Olivar de Gironza ya que mi padre pedía siempre el mes
de vacaciones para la temporada de la
recolección y mi madre al medio día, en vez de echar merienda cocía garbanzos,
lentejas o lo que hubiera y antes de las dos bajaba con su comida calentita y
cuando le daba la vuelta al puchero en aquel azafate de porcelana, que gozada ¡¡Aquello
era gloria bendita!! Y mientras tanto
los demás, tenían que comerse los torreznos fríos.
María Jesús y Francisco
Recuerdo que mi marido en cuanto terminaba la
jornada se lavaba y aún con el pelo chorreando venía a buscarme aunque seguíamos que andar a escondidas
porque mi madre seguía sin dar su brazo a torcer.
Las cosas en el pueblo estaban
cada vez peor porque no había donde trabajar así que tomé la decisión de irme a
Barcelona. Encontré trabajo en la Cruz Verde. A Francisco le quedaban unos meses
para irse a la mili y decidió que en vez de marcharse de nuevo a Madrid coger
camino a Barcelona. Sinceramente
nosotros no habíamos planeado eso, como pensaba mi madre, así que cual no sería
mi sorpresa cuando un día recibo un telegrama que decía: “Llego mañana”.
Se puso a trabajar en
la construcción hasta que lo llamaron a filas. Yo me enfadé con él porque se
fue a los paracaidistas y a mí no me había dicho nada. Estuve un año y medio en
Cataluña y regresé a Benquerencia.
Cuando, después de más
de dos años, Francisco volvió de la mili “nos arreglamos” y decidimos irnos a
Madrid a buscarnos la vida y encontrar nuevos horizontes. Yo empecé a trabajar
en una fábrica de tapones y bebidas. Un día fuimos a la empresa Ericsson a
pedir unos impresos de currículums y después de rellenarlos sobraba uno. Se lo
di a mi marido por si quería cumplimentarlo. En dicha empresa era muy difícil
entrar porque estaba muy solicitada pero bueno, el caso es que, al único que
llamaron fue a él. El problema fue que le destinaron fuera de Madrid. Se tuvo
que ir a Gijón y yo me quedé en Getafe. Fue entonces, el año 1974, cuando
decidimos casarnos para no estar cada uno por un cerro. Me vine para
Benquerencia a preparar las cosas de la boda. Mi hermana y mi cuñado Antoñito
iban a ser los padrinos pero ella se quedó embarazada y tuvo que sustituirla mi
madre. Nos casó D. Antonio y el banquete
se celebró en el casino de la Churrera. Aunque lo normal era que fuese Velasco
el encargado de servirla yo avisé al Equivocao , de Castuera, y la verdad es
que acerté porque todo salió perfecto.
Nos fuimos unos cuantos
de días a Sevilla y Cádiz de luna de miel porque teníamos familia por allí.
Estuvimos poco tiempo porque había que guardar lo poco que nos había quedado
después de pagar los gastos de la boda. Así que marchamos para Gijón donde estuvimos
un tiempo hasta que a Francisco lo enviaron a León y luego a Vitoria.
Posteriormente estuvimos viviendo en Rentería.
Me quedé embarazada de
mi hija Olga pero a la hora de nacer mi marido no quería que la niña fuese
vasca, la quería extremeña, así que cuando se aproximaba la fecha me llevó a
Benquerencia donde nació el 10 de Julio de 1975. La bautizamos en el pueblo y
regresamos a Rentería.
A los tres años nació
Verónica. Poco tiempo después enfermó Francisco con una lesión de corazón que
era inoperable. Le dijeron que lo que necesitaba era tranquilidad y él se quiso
venir para Benquerencia. Yo no quería porque aunque en el pueblo habíamos sido
muy felices no veía en él un porvenir para nuestras hijas. A los dos años de
regresar, en 1983, falleció. Estuve viviendo cinco años en la casa de mis
padres mientras construíamos nuestra actual vivienda de la que mi marido sólo
conoció la primera planta.
Yo llevaba cada día a
mis hijas al instituto de Castuera. Encontré un trabajo en el vecino pueblo y al mediodía, cuando terminaba mi jornada,
recogía a mis hijas y regresábamos a Benquerencia. Así estuvimos nueve años.
Los años fueron pasando
y Olga se puso novia con Manolín de Caballero, después de un tiempo se casaron.
Nació Andrea y ya me quedé en casa para cuidar a la niña. Cuando se la llevaron
con ellos, y eso que sólo había que cruzar la calle para verla, se me partió el
corazón.
Verónica y yo nos
quedamos aquí. Ella se puso novia con Manuel Sanguino. Formaron pareja y
tuvieron a Vero, la niña.
En total alegran mi
vida seis nietos: Andrea que va a cumplir veinte años, Daniela y Claudia con
doce, Vero con dieciocho, Francisco con diecisiete y Elsa con diez añitos. Aquí
están todo el día dando guerra.
Siempre me he dedicado
a mis hijas. No me he echado ningún amigo porque primero estaban ellas y ahora
pues que te voy a decir, los nietos me tienen loquita. Y aquí termino las
pinceladas que he contado sobre mí familia de la que me siento muy orgullosa.
Un saludo para todos.
Residencia de María Jesús