lunes, 2 de octubre de 2017

FAMILIA MORILLO/NOGALES


Marìa Jesús Morillo 
Francisco Nogales
Francisca y Santiago
Siendo yo pequeñita me contaron que mi padre Santiago Morillo de soltero puso una peluquería al lado de la casa de Antoliano. En ella había un espejo grande que se lo regaló su tía Pilar de Cabeza del Buey con su sillón y todo lo necesario para cortar el pelo y afeitar. Dicha peluquería funcionó unos cuantos años hasta que mi padre tuvo que cerrarla porque entró de Alguacil Municipal en el Ayuntamiento de Benquerencia.
Por aquellos años se enamoró de mi madre Francisca o Kika de Félix como se la conocía en el pueblo. Estuvieron unos años novios hasta que se casaron y se fueron a vivir a la casa del abuelo que estaba en la calle Roda 40.  Allí nació su primer hijo al que pusieron de nombre Jaime. Pero, por desgracia, mi hermanito enfermó muy pronto y mi madre tenía que ir cada día a Castuera para que le pincharán. Le estaban tratando de una enfermedad y tenía todo lo contrario. A veces le dejaban un burro para que pudieran realizar el trayecto con más comodidad. Si no había burro pues un pie detrás del otro. Así hasta que un día el niño murió con apenas 14 meses.

 Mi madre no tuvo más remedio que reponerse del disgusto y  al poco tiempo quedo embarazada  pero a los 7 meses le dio un cólico nefrítico. La tuvieron que llevar a Badajoz donde debieron de tratarla con Buscapina o algo similar para aliviarle el dolor, pienso yo. El caso es que abortó  y se perdió la niña que venía de camino. Así que mi madre tuvo unos inicios fatales en sus deseos de formar su propia familia.
Fue pasando el tiempo y, por fin, nació mi hermano Jaime estando mis padres viviendo en la casa de los abuelos.  Posteriormente nací yo en el mismo domicilio.

La casa de la Roda era muy pequeña y además de los abuelos también vivía allí mi tía. Mi padre empezó a buscar una casa en el pueblo que fuese más grande y confortable pero no hubo manera de encontrarla. Todas estaban ocupadas y en muchas de ellas vivían bajo el mismo techo, abuelos, matrimonio, hijos y nietos.
¡¡Lo mismo que ahora!!

 Como en el pueblo no pudo ser mi padre compró la casa del Pozo Luis que  en principio era una sola vivienda pero la dividieron en dos.

 Nosotras le pusimos “Villa Rorro” pero mi padre la bautizó con el nombre de “El Cortijo del Hambre” porque cuando iban los cazadores era donde únicamente comían cuando se hacía un descanso en las batidas de caza.Nos trasladamos al nuevo domicilio y allí nació mi hermana Francisca. A los dos años vino mi hermano Santi cuyo nacimiento  lo tengo grabado como si fuera una película. La casa era solamente una planta con una habitación en la que había dos camas de matrimonio. Fuera había un trozo de patio y una pequeña cocina que había hecho mi padre con adobes. En una de las camas dormían mis padres y en la otra los tres hermanos. Incluso cuando venía mi abuela Sales se acostaba en  nuestra cama, dos mirando para un lado y los otros dos para el otro.

La noche del parto fue una aventura para mí. Mi padre subió al pueblo para buscar a la Reyes, la partera, era de noche y yo me quedé dormida. Al rato me desperté  y veo que mi madre se tira de bruces de la cama al suelo. Yo no comprendía nada. Posteriormente deduje que fue a consecuencia de los dolores del parto. Mi abuela la ayudó a meterse de nuevo en la cama y yo volví a quedarme dormida. Cuando me desperté  ya estaba allí mi padre con la Reyes y entre las piernas le tenían puesta una palangana en la que se veía sangre. Me di la vuelta y me dormí de nuevo. Cuando me desperté vi a mi abuela que tenía un envuelto blanco del que me empezó a enseñar un piececito y luego me sigue enseñando el resto de mi hermano. Como anécdota recuerdo que la Reyes le cortó el cordón umbilical a mi hermano y lo dejó encima de la pata de un baúl que había al lado de la cama. En un descuido entró el gato y lo cogió a toda prisa para dar buena cuenta de él ante la sorpresa de los presentes y las risotadas mías. Estos recuerdos los tengo presentes como si hubieran sucedido ahora mismo.

No teníamos juguetes. Los niños jugaban por  ahí con sus chapas y piedras por las eras y caminos pero mi hermana y yo no teníamos nada. Como nuestro patio estaba lleno de rosales cogíamos las espinas más grandes y enganchándolas unas con otras pasábamos horas y horas haciendo diferentes figuras. A las habas les poníamos patitas de palo y nos parecía que cobraban vida.
¡¡Pero que felices éramos!!.

Por las noches de primavera y verano recuerdo el olor a los alhelíes de mi patio. Mi padre colgaba el farol de petróleo pintado de verde que a mí me parecía que era un guardia civil.


Francisca(hija), Santiago, Jaime,María Jesús, Francisca y Santiaguín

Estaban todos los segadores: Los rosos Antonio y Manuel que nos íbamos con ellos y les acompañábamos en la era. Arriba estaba Pepe el Militar. Por la parte de atrás  el Moro Juan. ¡¡Cuántas veces nos subimos y nos columpiamos en su trillo!!. Jugábamos en la paja hasta que el cansancio nos rendía. ¡¡Aquello era vivir!!La Margarita de Algaba vivía en la casa pegada a la nuestra. Como la nuestra estaba pintada de blanco decía que la suya era más pequeña. Cuando había algún problema de huesos la buena señora te curaba. Un día mi hermano Jaime se cayó y se le salió un hueso no recuerdo si del codo o de la muñeca. Mi madre lo estuvo lavando un poco porque venía de jugar y estaba todo lleno de polvo. Lo llevó a casa de la Margarita y yo quería ver lo que le hacía pero mi madre me dijo: “No, tú quédate aquí y recoge la palangana”. Yo por correr  me tropecé en el patio, me caí de bruces y me partí la ceja.

Al día siguiente aparecimos mi hermano con el brazo en cabestrillo y yo con la cabeza vendada. Recuerdo la cara que pusieron mi padre y Antonio María, que estaban allí haciendo carbón, cuando aparecimos los dos lisiados.

Lavativa estaba en la parte de abajo, la Pepa, Manolo y la Justa.

Todos los años íbamos a la matanza de mi tío Gori que estaba en el Toril del Cardo. Nos acostábamos en el pajar todos nosotros más la Enriqueta, Alberto y la María. También estaba por allí  una familia de Cabeza del Buey que tenía una hija que se llamaba Saturia  y su padre  Gregorio. Al lado estaba Calixto en la casa del Toril; recuerdo que había un patio muy grande y unos enormes chozos. A la vuelta mi padre quiso aprovechar el viaje y colocó en la burra dos haces de leña y a mi hermana y a mí nos puso en el medio.  Al llegar al  Pozo Luis la burra se resbaló en unas piedras que estaban sueltas y la Francisca y la María Jesús se fueron al suelo junto con la leña. Mi madre que nos oyó llorar desde la casa de Lavativa se presentó corriendo junto con la Manuela y nos recogieron. Cuando llegamos a casa le dice mi madre a la Manuela: –Dale a las niñas un poco de agua.
-Pero si yo no quiero agua, contesté yo.
-No, si no es para la sed, es para que se os pase el susto- respondió mi madre.

Otro episodio que recuerdo como si hubiera sucedido hoy fue una noche que a mi madre le picó un alacrán. Mi padre había estado en la Serena con tu tío Víctor, el alcalde, y se ve que entre la manta que trajo venía el dichoso animalito. Mi madre se puso de rodillas en la cama para arropar a mi hermana y yo, que estaba por allí, le quité los zapatos, supongo que para que no manchara la sábana. Al poner los pies descalzos en el suelo le picó. Mi madre comenzó a dar gritos de dolor y le decía a mi padre que machacara unos ajos para hacer un emplasto y colocarlo en la picadura. Los gritos no cesaban y al final decidieron subir al pueblo para que la atendiera Eduardito. Por fortuna era una noche de luna llena y mi madre no corría, volaba por el camino hasta llegar a la casa del practicante que le puso una inyección y los nervios se le calmaron. Cuando llegamos a la casa de mi abuela me volvieron a dar otro vaso de agua para lo mismo.

Nosotros veníamos a la escuela por la mañana bajábamos a la hora de comer. Por la tarde otra vez para arriba y vuelta a bajar cuando terminaban las clases. Recuerdo que
en el camino de la Roda había una piedra grande y allí nos parábamos los hermanos y yo para preguntarnos mutuamente las lecciones y ver quien se la sabía mejor.
Mi padre nos compró a mi hermana ya mí unos impermeables rojos. ¡¡Con qué ilusión nos los poníamos!!. Parecíamos dos Caperucitas. Desde el pueblo se nos veía perfectamente cuando íbamos por el camino.
Yo le cuento a mis nietos ahora que en aquellos tiempos tenía que hacer un ceda el paso que había al llegar al molino de Norberto. Sería para que pasaran los mulos porque coches había pocos.

Mi padre, al ser el Municipal del pueblo, era el encargado de llevarle al juez de turno los diversos documentos oficiales para su firma. Normalmente los jueces durante el día estaban en sus tierras y era por la noche cuando había que llevarles dichos documentos para que los firmaran. Mi padre subía cada noche y, como era natural, antes o después de las firmas se quedaba a tomar unos vinitos con sus amigos en el bar de Bubela o en el de Lavativa.

Una noche una gitana se puso de parto y su marido fue a avisar a Eduardito para que la atendiera. Le dijeron que estaba en el Pozo Luis. El buen hombre bajó corriendo y se puso a aporrear la casa de mi madre pensando que el practicante estaría allí. Pero mi madre estaba con Eduardito en la casa de Curreles atendiendo a la gitana.
Que golpes no daría que mi padre los oyó desde el pueblo y bajó escopeteado pensando que a mi madre le podía pasar algo grave.

Estos acontecimientos hicieron  que mi padre tomase la decisión de buscar una casa en Benquerencia a pesar de lo felices que éramos en el Pozo Luis.

De mi época en la escuela recuerdo a doña Toñi que vivía en la Calleja dónde vive ahora la María Jesús de los Pajaritos.  Tenía un pie un poquito doblado. Luego estuvo también doña Felícita Carrasco Algaravé que vivía en casa de la Josefa de Frasqueles  que vino de Soria y a doña Trini la mandaron para Burgos. Luego estuvo doña Pepita de Castuera y doña María.  Mis compañeras de clase eran la María de la Enriqueta, la Agustina de Berrito, la Isabel María de la María de Boyú  que se sentaban en los primeros bancos porque eran un poco más mayores.

Además estaban la Juani de la Cuca la que vivía en casa de Manolo Calderón. Recuerdo la lista de la clase de doña Trini: María Morillo Acedo, Juana Sánchez Acedo, Isabel María Caballero, María Morillo González, Anastasia Ramos, Agustina Moreno, luego íbamos nosotras. Estaba yo, la Antoñita, la Pepa de Corruco, la Carmen de la Juana del Maestropala, mi hermana Francisca, mis primas Angelita y María y algunas más.

 De libros tenemos la enciclopedia Álvarez de primer y segundo grado y El Faro. En aquellos tiempos escolares éramos muy felices.  A la hora del recreo nosotras no teníamos bocadillos, ni zumos, ni mochila, ni podíamos comprar las galletas de coco en la tienda de Pizarro y la Modesta. Mi madre nos empapaba una rebanada de pan con
un poquito de agua y le esparcía por encima una cucharada de polvos de cola-cao. En casa a lo mejor se compraba medio litro de leche y había que repartirla para el desayuno de todos. Esa era nuestra merienda.
¡¡Y bien rica que nos estaba!!

Recuerdo que el Campanero vendía los pizarrines pero nosotras nos los fabricábamos cogiendo trozos de unas pizarras  que había en el “Lejío” y así nos salían más baratos.
Nuestros juegos favoritos eran el “Pase misí, pase misá” en el que  hacíamos dos filas formando un arco con los brazos levantados  y los demás pasaban por debajo mientras se cantaba:  

Pase misí, pase misá,
por la puerta del corral,
los de alante corren mucho,
los de atrás se quedarán.

Entonces se bajaban los brazos y se atrapaba a una de las parejas participantes que debían acertar con alguna de las palabras que previamente se habían elegido para el juego.

 Otra de nuestras debilidades era la comba. Llevaba la soga quien tenía en su casa burro. En mi casa como no había pues jugábamos con las de las amigas. A mis hijas, dando un salto en el tiempo, les hizo mucha ilusión cuando su padre les trajo un trozo de cuerda de Castuera y les hizo de nudo en los dos extremos para que no se dehilachara.
¡¡Cómo disfrutaban las condenadas!!

 También jugábamos al truco en las Delicias, más allá de la casa de la Valentina y, como no “A las prendas”: “Prenda que salga ¿qué se le manda?”. Nos pasábamos las horas jugando y siendo felices con lo poco que teníamos si lo comparamos con los tiempos actuales.

Luego para rematar llegaba San José y ya éramos más mocitas. Yo es que a mí el baile siempre me ha vuelto loca. Recuerdo cuando venían las tiendas en los carros y lo primero que hacían era extender las enormes lonas que al elevarlas se convertían en las típicas tiendas de aquellos años.

En la casa de mis padres se ponían una tienda a cada lado: La Juana y Benito que eran los padres de Pedro el de la Peyva de Castuera.

En la puerta de la Mercedes se ponía una melliza de la Juana que se llama Isabel. En la puerta de la Gloria se colocaba la Pura, que era hermana de Manolo, el de la ceja partida. Eran todos de Malpartida. En la puerta de Juanillo se ponía Fernando, el del “tiro pichón”. En la puerta de Manolo de Eugenio estaban los Condes, los turroneros con sus exquisitos y, por desgracia desaparecidos, Cortadillos de San José que sólo hacían para la fiesta del Santo.

 También se puso alguna tómbola por la puerta de Manolo del estanco y, como no, las barcas de Narciso en la Plaza y el “Péndulo” en la puerta de Galito. También había una ruleta en la puerta de Ñoño cuyo premio mayor era una peseta de papel que nunca tocaba porque la punta  del premio estaba más retrasada que las otras y la carta ni la rozaba para pararse.

Salíamos de misa a las 12 y en cuanto pasaba la procesión ya estaban los músicos tocando en los dos bailes. Encima de la casa de la Micaela  y en el bar de  la Churrera que por aquella época  lo tenía Lavativa. Nos llevábamos todos los días bailando y todas las noches hasta que se acababa. Cuando los músicos descansaban a mediodía nosotros lo seguíamos hasta que volvían otra vez al baile. Acabábamos con los pies hinchados. Teníamos que quitarnos los zapatos con nuestros primeros tacones  y ponerlos en la pared para que los pies pudiesen descansar un poco.
¡¡ Qué años tan bonitos!!

Casi todas  nos comprábamos la típica pelota de goma pero yo todo el dinero que me daban me lo gastaba en pendientes y en hacerme fotos.  He sido poco dulcera  y si daba para un poco más me compraba algún anillo que lucía con la misma ilusión que si fuese de perlas y diamantes.

Empezábamos con los primeros escarceos con los chavales. Siempre se bailaba  más con unos que con otros, según las preferencias.

Recuerdo que en el verano, cuando venía tu tía Felisa  y tu tío Manuel, el Abogao, paseaba con Pepín por lo de Tarrán y la calle Arriba hasta llegar a la Polaca pero mi madre no me dejaba.

Por aquel entonces mi marido estaba Madrid. Vino una vez y a mí  me mandó doña Trini a casa de mi suegra para que la abuela Sagrario me echara lumbre para el brasero. Allí estaban también su hermana Isidora y su hermano Antonio. Fue en aquella época cuando comencé a fijarme en él. Lo  veía cuando pasaba y  a mí aquella cara me empezó a gustar.

Francisco estaba en el grupo de los mayores y un día no sé qué sucedió con la Magdalena de Antonio María el caso es  que dijo algo y mi marido se enfadó. Yo estaba con mis amigas la Carmen de la Juana de Maestropala, la Sampedra del Canario, la Pepa de la Rosa Corruco, la Antoñita, la Emilia del Sardinero, la Orencia y algunas más.

 Empezamos con el tonteo pero él se fue a Madrid pero empezamos a escribirnos. Venían las cartas a casa pero mi madre las escondía porque no le gustaba para mí. Me acuerdo que muchas veces la Amparo de la estanquera, que Dios la tenga en la Gloria, cuando pasaba el cartero me guardaba en su casa las cartas y me las daba más tarde a mí para evitar que mi madre las cogiese. Luego Francisco se vino de Madrid y mi madre, erre que erre, seguía en sus trece. Pero los efectos eran los contrarios; mientras más me lo prohibía a mí más ganas me entraban de estar con él.

Estábamos todos cogiendo aceitunas en el Olivar de Gironza ya que mi padre pedía siempre el mes de vacaciones  para la temporada de la recolección y mi madre al medio día, en vez de echar merienda cocía garbanzos, lentejas o lo que hubiera y antes de las dos bajaba con su comida calentita y cuando le daba la vuelta al puchero en aquel azafate de porcelana, que gozada ¡¡Aquello era gloria bendita!!  Y mientras tanto los demás, tenían que comerse los torreznos fríos.


María Jesús y Francisco

 Recuerdo que mi marido en cuanto terminaba la jornada se lavaba y aún con el pelo chorreando venía a buscarme  aunque seguíamos que andar a escondidas porque mi madre seguía sin dar su brazo a torcer.

Las cosas en el pueblo estaban cada vez peor porque no había donde trabajar así que tomé la decisión de irme a Barcelona. Encontré trabajo en la Cruz Verde. A Francisco le quedaban unos meses para irse a la mili y decidió que en vez de marcharse de nuevo a Madrid coger camino  a Barcelona. Sinceramente nosotros no habíamos planeado eso, como pensaba mi madre, así que cual no sería mi sorpresa cuando un día recibo un telegrama que decía: “Llego mañana”. 

Se puso a trabajar en la construcción hasta que lo llamaron a filas. Yo me enfadé con él porque se fue a los paracaidistas y a mí no me había dicho nada. Estuve un año y medio en Cataluña y regresé a Benquerencia.

Cuando, después de más de dos años, Francisco volvió de la mili “nos arreglamos” y decidimos irnos a Madrid a buscarnos la vida y encontrar nuevos horizontes. Yo empecé a trabajar en una fábrica de tapones y bebidas. Un día fuimos a la empresa Ericsson a pedir unos impresos de currículums y después de rellenarlos sobraba uno. Se lo di a mi marido por si quería cumplimentarlo. En dicha empresa era muy difícil entrar porque estaba muy solicitada pero bueno, el caso es que, al único que llamaron fue a él. El problema fue que le destinaron fuera de Madrid. Se tuvo que ir a Gijón y yo me quedé en Getafe. Fue entonces, el año 1974, cuando decidimos casarnos para no estar cada uno por un cerro. Me vine para Benquerencia a preparar las cosas de la boda. Mi hermana y mi cuñado Antoñito iban a ser los padrinos pero ella se quedó embarazada y tuvo que sustituirla mi madre. Nos casó D. Antonio  y el banquete se celebró en el casino de la Churrera. Aunque lo normal era que fuese Velasco el encargado de servirla yo avisé al Equivocao , de Castuera, y la verdad es que acerté porque todo salió perfecto.

Nos fuimos unos cuantos de días a Sevilla y Cádiz de luna de miel porque teníamos familia por allí. Estuvimos poco tiempo porque había que guardar lo poco que nos había quedado después de pagar los gastos de la boda. Así que marchamos para Gijón donde estuvimos un tiempo hasta que a Francisco lo enviaron a León y luego a Vitoria. Posteriormente estuvimos viviendo en Rentería.

Me quedé embarazada de mi hija Olga pero a la hora de nacer mi marido no quería que la niña fuese vasca, la quería extremeña, así que cuando se aproximaba la fecha me llevó a Benquerencia donde nació el 10 de Julio de 1975. La bautizamos en el pueblo y regresamos a Rentería.

A los tres años nació Verónica. Poco tiempo después enfermó Francisco con una lesión de corazón que era inoperable. Le dijeron que lo que necesitaba era tranquilidad y él se quiso venir para Benquerencia. Yo no quería porque aunque en el pueblo habíamos sido muy felices no veía en él un porvenir para nuestras hijas. A los dos años de regresar, en 1983, falleció. Estuve viviendo cinco años en la casa de mis padres mientras construíamos nuestra actual vivienda de la que mi marido sólo conoció la primera planta.

Yo llevaba cada día a mis hijas al instituto de Castuera. Encontré un trabajo en el vecino pueblo  y al mediodía, cuando terminaba mi jornada, recogía a mis hijas y regresábamos a Benquerencia. Así estuvimos nueve años.

Los años fueron pasando y Olga se puso novia con Manolín de Caballero, después de un tiempo se casaron. Nació Andrea y ya me quedé en casa para cuidar a la niña. Cuando se la llevaron con ellos, y eso que sólo había que cruzar la calle para verla, se me partió el corazón.

Verónica y yo nos quedamos aquí. Ella se puso novia con Manuel Sanguino. Formaron pareja y tuvieron a Vero, la niña.

En total alegran mi vida seis nietos: Andrea que va a cumplir veinte años, Daniela y Claudia con doce, Vero con dieciocho, Francisco con diecisiete y Elsa con diez añitos. Aquí están todo el día dando guerra.

Siempre me he dedicado a mis hijas. No me he echado ningún amigo porque primero estaban ellas y ahora pues que te voy a decir, los nietos me tienen loquita. Y aquí termino las pinceladas que he contado sobre mí familia de la que me siento muy orgullosa.

Un saludo para todos.

 María Jesús Morillo


FOTOS PARA EL RECUERDO
 Francisca y Santiago en su época de novios
Jaime el bebé que tuvo una muerte prematura
Santiago Morillo
María Jesús en la Polaca
Villa Rorro
La familia actual al completo(foto actual)
Residencia de María Jesús

FAMILIA SÁNCHEZ/SÁNCHEZ

El matrimonio Luis e Inés con sus hijos Manolo, María Jesús, Antoñita y Víctor

Antoñita: ¿Qué recuerdas de tus primeros años familiares?
Pues a mi padre bajando cada día a Castuera por la correspondencia. Hacía el trayecto en su burro. Salía por la mañana y regresaba cerca de las dos con el burro cargado con el vino para la Pepa de la Rata y demás casinos del pueblo además de  otros encargos que los benquerencianos le hacían. 

Por otro lado a mi madre cosiendo con un montón de aprendizas alrededor de la una pequeña mesa.

¿Creo que tu familia ha cambiado de vivienda varias veces?
Yo tengo entendido de siempre que en un principio vivíamos en la calle Corredera, en la casa que vive ahora la Antonia de Plano y su marido. Luego pasamos a vivir en el Altillo enfrente de la casa de Pizarro en una casita muy pequeña en la que solamente había una habitación y una especie de comedor con dos mesas ocupadas una por mi padre con sus herramientas de zapatero y la otra por mi madre con las muchachas que tenía cosiendo. Luego, no sé que cambalache hicieron Ñoño y mi abuelo Benigno, el caso es cuando yo tenía siete años intercambiaron las casas y nos vinimos a la calle Arriba que es donde seguimos.

¿Recuerdas quiénes eran vuestros vecinos en el Altillo?
Por supuesto: Estaba la Emilia del Mellizo, Manuel el Pintor y la Victoria, la Modesta y Pizarro, Pepe del Militar, Vicente de las sardinas y la Nieves.

¿Tenías muchas amigas?
Mi mejores amigas eran la Orencia de Pepe el Militar, la Emilia del Sardinero, la María Eugenia y algunas más.

¿Qué recuerdos tienes de la Escuela?

En aquella época los chicos estaban enfrente de la Iglesia y nosotras en las dos clases que había debajo del Ayuntamiento.

Yo estuve con Dª Trini, con Dª Josefina y Dª Feli que vivía en casa de la Josefa de Frasqueles. Con ésta había que andar con mucho cuidado porque te daba con el dedo en la cabeza y no veas el daño que te hacía.



"Antiguamente recuerdo que comenzaron a llegar a casa de la Rosita de Antoliano unos enormes paquetes que despertaron mi curiosidad- Cuenta María Jesús. Cual no sería mi sorpresa cuando unos días más tarde llevaron un par de aquellas cajas a la escuela y el alguacil nos trajo un cántaro de agua, un enorme barreño y una paleta de madera. La maestra vertió el agua en el barreño y le echó unos cuantos cazos de unos polvos blancos que venían en los bidones de las cajas. Por turno íbamos removiendo durante un rato hasta que los grumos desaparecieron. 

Volvimos a nuestros bancos y la maestra nos fue dando a cada una un vaso de aquella leche que luego nos dijeron que nos la habían enviado los americanos. Su sabor no se parecía en nada a la de las cabras o vacas que había en Benquerencia pero, a casi todas nos gustó y nos quedamos deseando repetir al día siguiente.

Por la tarde abrimos el otro paquete. Venían unos enormes quesos, la maestra nos repartió una buena loncha a cada una de nosotras. A mí particularmente me encantó.
Como yo era de las mayores de la clases era la encargada, acompañada de otra alumna, de ir por las casas para que nos llenaran el cántaro de agua cada vez que hacíamos la leche".

¿Cómo estaba organizada la escuela en aquellos tiempos?
Pues estábamos sentadas por edad: La mayores en los bancos de delante y las más pequeñas en los de atrás.
En la sesión de la mañana se trabajaban las materias básicas contenidas en las Enciclopedia Álvarez y El Faro y por las tardes se cosía. Hacíamos labores, vainica, bordados, etc, etc. Los jueves por la tarde, si el tiempo no lo impedía salíamos de excursión al campo por los aledaños del pueblo. Los sábados, como no había colegio, nos mandaban a unas cuantas a limpiar y ordenar la clase. ¡¡Lo mismo que ahora!!
En el invierno teníamos que llevarnos el brasero en una lata con su asa de alambre para no quemarnos. Era la única foma de mitigar el frío aunque sólo fuera hasta que se consumían las brasas.
Estábamos en la puerta de las escuelas y si pasaba el cura corríamos a ponernos en fila para besarle la mano. Lo mismo hacíamos cuando venía a la escuela para preguntarnos el Catecismo.
Mayo era el mes de las flores. Le cantábamos a la Virgen. El día del Señor poníamos altares que adornábamos con madreselvas y otras flores que cogíamos del campo. Las calles se llenaban de juncia y tomillo y las rejas y ventanas se engalanaban con ramas verdes. Cuando acababa la procesión numerosos mozalbetes atronaban la calle Corredera con la explosión de sus rastrillos ¡¡Qué bonitos recuerdos!!
De todas maneras creo que con lo poco que teníamos en aquella época éramos mucho más felices que los niños de ahora con tanta tecnología.

¿Dónde jugabais en el recreo?
Pues en la misma calle principalmente por la parte de atrás, delante de la casa del Rana.
-“Allí estaba la cárcel del pueblo que se la conocía como La Piconera, posiblemente debido a que en ese lugar se guardaba el picón para los braseros del Ayuntamiento” -apunta María Jesús. “Cuando tenían a alguien encerrado nos hacía ilusión asomarnos para verlo a través de una pequeña ventanilla que tenía la puerta”.
El servicio que teníamos era callejón que hay entre la casa de Roque y la de Berrito. Una se ponía a vigilar en la parte de abajo, otra en la de arriba y cuando no venía nadie hacíamos lo que nos pedía el cuerpo. Eso si respetando el turno que siempre empezaba por las que más urgencia tenían. Si era la maestra la que tenía necesidades nos ponía a una a vigilar y se marchaba a su casa¡¡De película!!

¿Qué recuerdos os traen las Fiestas San José en vuestra época de adolescentes?
Las fiestas de San José duraban tres días aunque la víspera por la tarde/noche ya había baile. El dieciocho digamos que era para los benquerencianos. El diecinueve se producía el disloque con la gran cantidad de personas que subían de Castuera que de siempre han profesado una gran devoción al Santo. El veinte y veintiuno ya eran días en los que podíamos disfrutar de nuestra fiesta con más tranquilidad.
El 15 o el 16 ya empezaban a llegar los carros con las tiendas. Nosotras nos sentábamos en la puerta de la Aurelia y de Ñoño contemplando embobadas como montaban las tiendas e iban colocando las muñecas, las pelotas, peluches y demás objetos en las distintas estanterías

¡¡Madre mía!!. !!Qué ilusión cuando llegaba la hora del baile!!. Le dábamos la vuelta a Bubela porque, al no tener la edad, no nos dejaba entrar en el salón. La Micaela le avisaba de que nos habíamos colado y él corría detrás de nosotras para echarnos. Salíamos por una puerta y entrábamos por otra. Así una y otra vez hasta que se cansaba y nos dejaba en paz.
Las madres ponían sillas y se sentaban alrededor del salón para curiosear y evitar que alguno se propasara con sus hijas. Cuando nos cansábamos pues nos íbamos al bar de la Churrera o a pasear por la feria para comprar nuestra pesetita de turrón o la pelotita con la goma blanca que luego nos la cambiaron (la pelota) por una de plástico con un cascabelito dentro.

Si hacía buen tiempo estupendo pero, cuando llovía a mí me daba mucha pena porque las tiendas al ser de lona se mojaban y los pobres feriantes se las veían y se las deseaban para achicar el agua que entraba y evitar que se empaparan las cosas que vendían.
Eran los días más bonitos del año. Los disfrutábamos desde que nos levantábamos por la mañana hasta que nos acostábamos bien tarde y nos dormíamos con la música dentro de la cabeza.
¡¡Qué pena todo esto haya desaparecido!!

¿Vivisteis la llegada del la TV al pueblo?
Pues si. Los tres primeros televisores que llegaron al pueblo fueron los de Norberto, Emilio del Correíllo(tu padre) y el de la Churrera. Luego lo trajo para su bar la Micaela. Aquello fue una novedad increíble. En sus inicios solamente había un canal, “la Primera” y acudía gran cantidad de gente para ver los toros, el fútbol, la serie Bonanza, películas y algunos programas que, en poco tiempo adquirieron una gran audiencia. 
Nosotras íbamos al casino de Bubela y cada vez que queríamos sentarnos para ver algo teníamos que pagar una peseta. Como anécdota contaré que una tarde estábamos unas cuantas viendo una película que no estaba autorizada para menores(tenía un rombo o dos, no recuerdo) cuando entraron el cura D. Vicente y Pancho. Se sentaron y nos echaron. La Micaela se quedó con las pesetas y ellos viendo la película.

El tiempo fue pasando y….
Pues como era natural comenzaron los primeros escarceos entre chicos y chicas. Non juntábamos Fabián, Manolo de Trajina, Antoñto de la Plana, la Orencia y algunos más. Comenzábamos pues con las tonterías típicas de que si a mi me gusta éste o a mí el otro. Yo ya con doce o catorce años tonteaba con Miguel.

Mi padre seguía compartiendo los oficios de zapatero y cartero del pueblo. Yo me fui a Madrid porque pensábamos que el porvenir que nos aguardaba en Benquerencia no estaba suficientemente claro. Me puse a coser en casa de una prima. Mi hermano Manolo me dijo un día que había presentado un currículum mío en la fábrica de bombillas Osram. Me llamaron para hacer una entrevista y me dijeron que el siguiente lunes podía comenzar a trabajar. Pero hay que ver las sorpresas que da el destino. El sábado me llama mi madre y me dice que tengo que regresar urgentemente a Benquerencia porque a mi padre le había dado un infarto.

Al día siguiente ya estaba en el pueblo y como mi padre no estaba en condiciones de trabajar y yo, como era la más chica y estaba soltera, bajé a Castuera a por la correspondencia y la repartí en el pueblo. En aquella época Correos no funcionaba como ahora que si hay una baja por enfermedad te mandan un contratado. Por entonces era el mismo cartero el que nombraba a un sustituto. Estamos hablando de marzo de 1974.

Estuve cinco años de interina y entonces salió la plaza a concurso y, por supuesto, después de cinco años yo no quería que me la quitaran así que empecé a estudiar los temas de la oposición como una loca. Como en la parte de arriba de la casa estaba cosiendo mi madre con las aprendizas y en la de abajo mi padre o los ayudantes en la zapatería había tal jaleo que era imposible estudiar. Así que acompañada de la Mari Jose me iba cada día a la Polaca para estudiarme los temas. Allí me tiraba las horas muertas. Me presenté en Badajoz donde saqué buenas notas y hasta ahora que prácticamente me queda medio año para jubilarme.

Cada día había que bajar a Castuera a por la correspondencia. Al principio lo hacía en el “Servicio” del Firi. Luego intenté sacarme el carnet de conducir pero mi madre no me dejaba. Muchas veces bajaba con Manolo de Eugenio y Don Antonio hasta que llegó el momento que decidí no tener que poner en un compromiso a nadie y me saque el carnet. Me compré con mucho trabajo un 850 y resolví el problema.
Cuando Miguel vino de la mili nos hicimos novios. Nos casamos el año 1982 y celebramos el convite en el Paraíso de Castuera.
Los años fueron pasando y comenzaron a llegar los hijos. El primero fue Pedro Luis luego Miguel y la última Rebeca.

FOTOS ENTRAÑABLES DE LA FAMILIA

Luis e Inés
 Inés con sus aprendizas de costura
Luis con su famoso burro
Luis, Antonio, Sixto Ramón.......
En la Calle Arriba

viernes, 29 de septiembre de 2017

FAMILIA MERINO/PLANO


ANTONIO MERINO RAMOS
Hijo de Severino Merino y María de Ramito



La historia de esta familia comienza en las primeras décadas del Siglo 20 cuando Severino, el cabeza de familia, quedó huérfano a temprana edad y fue acogido por unos tíos suyos que le criaron como como si de un propio hijo se tratara.

Eran tiempos difíciles para España y, por supuesto, para esta familia de benqueremcianos. Una grave crisis política amenazaba el sistema monárquico que en aquellos años estaba basado en el turno de partidos. Esta crisis la intentaron detener tanto la Dictadura de 1923 como la República de 1931, aunque no lo consiguieron. El extremismo de la Dictadura no consiguió salvar el sistema y acompañó a la Monarquía hacia su caída. Después, la República no logró obtener el consenso de los españoles y la crisis se agravó hasta llegar a una ruptura violenta ya que desembocó en la Guerra Civil de 1936 que enfrentó a los españoles durante tres sangrientos años.

El joven Severino empezó muy pronto a demostrar que era un hombre de carácter con las ideas muy claras. Había quedado huérfano a muy temprana edad y fue adoptado por unos tíos suyos que le cuidaron como si de un hijo se tratara. A la edad de 16 años tomó la decisión de marcharse a Helechal a casa de unos señores con los que estuvo trabajando durante cuatro años en las labores del campo. Con 18 abriles inició un noviazgo, con la María de Ramito y a los 22 regresó definitivamente a Benquerencia y se casaron.

Severino, junto con su padre, se dedicó a las labores agrícolas. Disponían de varias yuntas con las que cultivaban las tierras de los que se lo solicitaban a cambio de un dinero estipulado o con un tanto por ciento del grano recolectado.

Los frutos de este matrimonio no se hicieron esperar y comenzaron a llegar los hijos que compondrían una numerosa familia. La primera en nacer fue Angelita (que tuvo una muerte prematura a los 11 años). Le siguieron Pura, Manolo, María, Alfonso y Antonio.

Ahora nos situamos en  1940 que fue el año del nacimiento de Antonio.
Acababa de terminar la Guerra Civil y los tiempos eran aún más difíciles.

Una orden ministerial de 14 de mayo de 1939, estableció el régimen de racionamiento en España para los productos básicos alimenticios y de primera necesidad. El racionamiento no alcanzaba a cubrir las necesidades alimenticias básicas de la población, por lo que vivieron años de hambre y miseria. La degradación del nivel de vida en la década de los 40 fue tal, que asegurarse la subsistencia se convirtió en una auténtica lucha diaria. En Benquerencia, al igual que en el resto de España  había dos cartillas de racionamiento, una para la carne y otra para el resto de productos alimenticios. 

Se dividió a la población en varios grupos: hombres adultos, mujeres adultas (ración del 80% del hombre adulto), niños y niñas hasta catorce años (ración del 60% del hombre adulto) y hombres y mujeres de más de sesenta años (ración del 80% del hombre adulto). La asignación de cupos podía ser diferente también en función del tipo de trabajo del cabeza de familia. Inicialmente las cartillas de racionamiento eran familiares, que fueron sustituidas, en 1943 por cartillas individuales, que permitían un control más exhaustivo de la población. 

Estas cartillas aliviaron en su momento a la numerosa prole que nuestra pareja estaba formando. Como el racionamiento era cada vez más escaso Severino seguía trabajando  de sol a sol con sus yuntas y la María ayudaba a la economía familiar vendiendo por las casas garbanzos y habas además del vino cosechero(a peseta el litro) del que también daban buena cuenta los numerosos hortelanos que acudían a Benquerencia a ofrecer sus productos. 

Cada año hacían más de 100 arrobas con las uvas de las dos viñas que tenían una en Poyatos y la otra en la Umbría.

El pan nunca faltaba ya que la casa tenía su propio horno en el que se cocían las piezas necesarias para su propio consumo y  para el de algunos vecinos.
Además Severino era un experto en la preparación de las matanzas. De muchas casas lo llamaban para que fuera él quien matara el cerdo e hiciese el despiece del animal.

Cada año alguno de sus hijos se encargaba de engordar y sacar adelante 10 o 12 cerdos  que al final vendían reservando un par de ellos para su propia matanza. También tenían algunas cabras propia para garantizar el suministro de leche a toda la familia.

Los años fueron pasando y la familia aumentó con la llegada de José, Angelita, Angelillo, Fabián y Pedro.
Era una familia súper numerosa pero se puede decir que, gracias al esfuerzo y a la organización de los progenitores, nunca pasaron necesidades desde el punto de vista alimenticio.

Todos los que estaban en edad de “arrimar el hombro” lo hacían voluntariamente y sin que se le pidiera. Al unísono ayudaban en la recolección de cereales, garbanzos y habas. Aquí me cuenta María, hermana de Antonio, que con catorce años estando una mañana arrancando garbanzos en una parcela de Poyatos vio debajo de unas matas una liebre bastante grande encamada. Sin pensárselo dos veces se lanzó a por ella y consiguió atraparla. El alboroto y las risotadas fueron enormes ya que María chillaba y se esforzaba para que no se le escapara de las manos. El animal regresó a casa con ellos y María, su madre, se encargó de que al día siguiente la familia degustara un delicioso arroz con liebre.

Antonio fue creciendo con el paso de los años. Empezó a ir la escuela de D. Aníbal que era maestro duro y de fuerte carácter. Él trató de ser un alumno aplicado y nunca recibió castigo alguno. Posteriormente le dio clase D. Valeriano.

Eran tiempos de juegos populares. Las bolas, la rueda, el ripión, la piola, el zurrumento, la mocha y el juego tonto eran los que ocupaban los tiempos de ocio de nuestro joven benquerenciano.

“Mi madre era una ama de casa especial, buenísima. Mi padre no nos llegó a pegar a ninguno y teníamos un respeto y una educación como no la había en ningún otro sitio. Con mirarnos mi padre ya era suficiente para que acatáramos sus órdenes o entendiéramos cual debía ser nuestra conducta. Mi  madre era una buena ama de casa criando a sus hijos. A todos nos quería por igual. Lo mismo quería al más grande que al más chico. Se quitaba las cosas de la boca si veía que alguno de nosotros las necesitaba” -me cuenta Antonio.

Por aquella época había en Benquerencia una gran afición al balompié. D. Ángel Gironza había  donado el terreno en Los Tachones para hacer un campo de fútbol  y D. Elías de Tejada había dado otro delante de la casa del “Lejío”.
Había dos equipos: El de los mayores el que jugaban Manolo “Pancho”, Angelito, Rafael y Pepe Morillo, el Clariso, D. Antolín, Juanito del Correíllo, Frutos de Ramiro y Angelín del Maestro Antonio. Jugaban partidos contra Castuera, Monterrubio, Cabeza del Buey, Malpartida, Helechal y otros pueblos de la comarca.
Y el de los pequeños con Alfonso, Andrés de Diego de Oreja, Antonio de Peluca, Justo, Paco de Doña Concha. El Chato, Manolo de Sanguino, Pepe de Belmonte, Manolín , Manolo (El Cano) y algunos más.

Los años fueron pasando y en 1959 estando en la boda de su hermana Pura Antonio se fijó en una chica que posteriormente pasaría a ser una parte muy importante de su vida: Antonia Plano.

En los dos días que duró el festejo (Boda y Tornaboda) el joven no cesó de “tirarle los tejos” a la agraciada muchacha. Primero consiguió pasear al lado de ella por la calle del Polvo y posteriormente, el segundo día, se les pudo ver bailando algunas piezas en el casino del Teco. Así se inició un noviazgo que, como veremos más tarde, acabaría en boda.

Al año siguiente el idílico romance tuvo que sufrir un paréntesis porque Antonio fue llamado a quintas y se vio obligado a marchar a la población gaditana de Jerez de la Frontera.

La despedida de los quintos de aquel año fue bastante sonada. Recorrieron cantando las calles de Benquerencia paseando la clásica  garrafa de 1 arroba de vino y una lata de aquellas de la leche condensada a la que el latero le había colocado su correspondiente asa para mejor manejo. Cuando llegaba la noche empezaba el baile que duraba hasta bien entrada la madrugada. Y así durante dos días.

“La segunda noche, acabado el baile, uno de los quintos soltó un gallo en el salón de Molinilla al, ya medio borrachos, tratábamos de cogerlo. Se armó tal alboroto que tuvo que subir Angelito de Antoliano para poner un poco de orden y tratar que calláramos. Al final dimos buena cuenta del gallo y de un borrego con el que hicimos una suculenta caldereta”. –comenta Antonio
¡¡Eso sí que eran celebraciones!!

Con la llegada de los años 60 nuestra extensa familia benqurenciana también sufrió las consecuencias de la crisis y muchos de sus miembros tuvieron que emigrar para tratar de buscar un mejor nivel de vida.

José y Angelillo  marcharon a Bilbao aunque después de unos años regresaron al pueblo tras llegar con sus empresas a un acuerdo económico.
Fabián actualmente vive en Castuera.

Alfonso sigue residiendo en Bilbao aunque cada verano vuelve al pueblo para pasar unos días con familiares y amigos.
Angelita se casó con D.Pedro y viven en Guadalajara. También pasa en  el pueblo las vacaciones estivales.
Pura, viuda de Manolo Calderón, sigue viviendo en su casa de Benquerencia.
María, viuda de José de Oreja, alterna su residencia entre  Bilbao y Benquerencia.

Manolo y Angelillo por desgracia ya no están entre nosotros.

ANTONIA PLANO PAREDES
Hija de Eugenio Plano y Basilisa Paredes

Para comprender un poco la situación familiar de Antonia de Plano tenemos que retroceder a los tiempos de la Guerra Civil.

A su tía Engracia le mató la fratricida guerra a sus dos hermanos: uno en Barcelona y otro en Valencia.  A estas pérdidas se le sumaron  las de sus padres por motivos de edad. Fueron tan grandes los golpes que le dio la vida en tan poco espacio de tiempo que esta señora entró en una profunda depresión y decidió recluirse en su domicilio sin salir a la calle con la única excepción del día de San José que asistía a la primera Misa  que se celebraba con la llegada del Alba.

Ñoño se dio cuenta de que la situación era bastante grave y decidió tratar de arreglarla, si era posible. Habló con Eugenio Plano y su esposa Basilisa para ver si alguna de sus hijas podía venirse con Engracia para hacerle compañía. El matrimonio aceptó y como a Manolita pareció ser que no le gustaba la idea decidieron que fuese  Antonia la que se marchase a vivir con la esposa de Ñoño a la edad de cuatro añitos.
FAMILIA MERINO/PLANO
Cuando moría alguien del pueblo Engracia guardaba el luto durante ocho días poniéndose el pañuelo negro y apagando la televisión durante ese periodo de tiempo. Y así continuó hasta que Dios la llamó para reunirse con sus padres y hermanos.

La niña fue creciendo y se divertía con sus grupo de amigas practicando los juegos típicos de la época como eran el Ton Pirulero la Comba, la Sillita, las
Prendas, el Truco etc, etc.

“Mis principales amigas eran la Antoñita de Norberto, la Isabelita de “Loja”, la Emilia de Cecilio, la María, la Flora de la Currela, la Isidora, La Angelita del Mozo Rubio, la Vicenta de Siorito y alguna más. Me gustaba subir a jugar a las Casitas Llanas con todas mis amigas pero mi tío Ñoño no me dejaba por miedo a que me sucediera algo”- comenta Antonia
“Ya en  edad escolar cuenta que un día entré llorando en la escuela de Dª. Concha.
-Antonia ¿Qué te ha  pasado? ¿Por qué lloras?-le preguntó la maestra.
-Es que la Cristo me ha dado un pellizco retorcido-
¿Cómo que un pellizco retorcido?-
Entonces cogí el brazo de la maestra para mostrarle lo que le había hecho la Cristo diciendo: -Así de fuerte.
Dª Concha dio un grito y me arreó  un tortazo en toda la cara.
En ese momento salí corriendo para mi casa y nunca más volví a pisar una escuela. Me hice autodidacta y, aunque en aquella época estaba en la cartilla de la a,e,i,o,u, aprendí por mi cuenta a leer y escribir además de las cuatro reglas. Trabajé durante muchos años en la farmacia del pueblo creo que desempeñando a la perfección mi trabajo”-me cuenta Antonia.



ANTONIO MERINO(ÑOÑO)



Ñoño fue otro personaje muy influyente en la vida de nuestra pareja protagonista. Durante la Guerra había aprendido el oficio de peluquero además de adquirir la experiencia necesaria para poner inyecciones.
Era una persona con un sentido del humor envidiable. Siempre te estaba contando chascarrillos de su invención con los que te partías de risa. Al principio montó su peluquería en la calle Arriba y posteriormente se trasladó a la calle Corredera donde permaneció hasta su cierre en el año 1980.

Compartía su oficio de peluquero con el de practicante. Era típico de la época verlo con su caja metálica y la jeringuilla. Ponía encima de la tapa vuelta del revés un trozo de algodón impregnado en alcohol. Le prendía fuego y colocaba encima la caja con un poquito de agua para esterilizar la aguja antes de darte el pinchazo.

Como no había farmacia en el pueblo a su casa llegaban todos los medicamentos que recetaba primero D. Julio y después D. Agustín además de aquellos de uso común que se expendían sin receta. Se podía decir que Engracia y Antonia, con el paso de los años, se habían convertido en expertas farmacéuticas.

Como Ñoño era persona inquieta y de bastante imaginación un día se le ocurrió montar un negocio desconocido por estos contornos  en aquella época. Compró una incubadora y se dedicó a criar pollos y gallinas.
La Antonia, que aquellos tiempos tenía 11 años bajaba a Castuera con una cesta llena de huevos y los vendía a la Lala, al bar La Raspa y a otros clientes fijos que tenía.

El año 1969 Antonio le compró a Jerónimo de Canela la antigua Taberna de Elías y montó el Bar Centro; así llamado porque estaba situado justo en medio de los dos bares que había en el pueblo El Bar de la Churrera y el de Juan y la Micaela. El bar funcionó muy bien hasta que se cerró el año 2005 por la jubilación del matrimonio.

Antonio y Antonia tuvieron dos hijos: Marien que es profesora de inglés y Antonio que se dedicó  en el tema de seguros y actualmente regenta con bastante éxito el bar La Bellota de Oro en le cercana población de Castuera.

Nuestra pareja protagonista vive relajada y tranquila disfrutando del patrimonio adquirido con sus años de trabajo y de las dos paguitas que le han quedado. Se les puede ver felices sentados en la puerta de su casa charlando amigablemente con sus vecinos y vecinas.

FOTOS ENTRAÑABLES
























Esta entrada queda abierta a disposición de la familia para si quieren añadir cualquier texto o fotografías. Muchas gracias.